El árbol se deshace de la hoja marchita, el arbusto de la flor seca, los demás animales hacen su natural último paso a los heridos o gravemente enfermos. Los humanos hemos perdido los instintos y abonamos la decrepitud manteniendo y subvencionando la decadencia.
A los irrecuperables les damos plaza y reinado de lugares públicos, como cetro una litrona, como espada una jeringa y como perfume el olor eterno a porro. Ellos hacen el juramento de escupir siempre a su alrededor, juran lealtad a la suciedad y a la falta de respeto, y prometen a los demás, como una forma de ser y estar, la repugnancia y el asco .
Ellos son los irrecuperables, los que una sociedad sana debiera haber extirpado en vez de caer en la trampa de la compasión utilitarista.
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