viernes, 10 de abril de 2015

El día que se descongeló mi corazón

Un ruido, seco, rítmico, mecánico, eso fue lo que escuché durante horas antes de tener total consciencia y de reunir la fuerza suficiente para levantarme.

Confundido, y rodeado de cables, desperté en una habitación hermética del Hospital Central de Madrid. Empecé a recordar. Fui ingresado por una extraña enfermedad muy contagiosa, tuve sexo en los retretes de un bar con una trabajadora de una ONG en África.

Recuerdo que iban a probar un medicamento muy potente y experimental que me haría entrar en un coma controlado durante algún tiempo. Mientras, sería alimentado artificialmente con máquinas. Eso es todo.

¿Y después? Nadie. Nadie en el hospital, nadie en las calles, nadie en ningún lado… al menos vivo. Todos, todos, estaban muertos. Miré algunos periódicos que encontré, al parecer la plaga había sido devastadora. La enfermedad era mortal y el virus podía vivir 7 días en el cuerpo humano… y eso me salvó. Curiosamente, sólo afectaba a los humanos.

De repente me sentí sólo y realmente triste, más aún cuando me dí cuenta de que ese día era 24 de diciembre. Pero entonces pensé en que sinceramente no tenía un gran aprecio a mi especie y que siempre había cultivado un tipo de misantropía que pasó de ser selectiva a general. Quizás por primera vez podría ser yo sin tapujos, sin guardar las apariencias, sin hipocresías. La sociedad me daba náuseas.

Me sentí aliviado, eufórico, sobretodo cuando encontré a mi gato esperándome en casa, mi fiel amigo, el único que lo merecía.

Era 24 de diciembre. Y así empezó a gustarme la Navidad.



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