No daba para más, ni para menos… ni tan siquiera para algo. Era una de esas relaciones de amistad que llevan caducadas un par de años y, aún así, sigues degustando su sabor a rancio e insatisfacción.
Era un boomerang maldito que ya te tenía la muñeca abierta de recogerlo tan forzadamente tras lanzarlo con todas tus fuerzas, lejos, muy, muy lejos, una y otra vez.
No daba para más que para algunas conversaciones de esas que te hacen sentir estúpido e hipócrita, un diálogo virtual lleno de emoticonos pueriles y fariseos que te daban ganas de arrancarte el intestino grueso y dárselo a devorar a Saturno.
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