Bendecida, la escultura sagrada se inauguró ante la multitud enardecida, fanatizada, presa de un júbilo infantil, lobotomizada a la idea del mito.
Tras las ovaciones, vítores y emocionados discursos, poco a poco el gentío fue marchando hasta que quedó sola. Y por fin, las palomas pudieron posarse sobre ella y la inauguraron con una gran mierda.
Obra recogida en el libro de relatos cortos "Serenidad".
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