domingo, 22 de diciembre de 2013

Presentación de 'Serenidad', nuevo libro de relatos cortos

Bajo el título de ‘Serenidad’ se presenta el nuevo libro de Iber Strasser. En él podrás encontrar una selección de doce relatos cortos salpicados de ironía y humor ácido, una degustación con efectos secundarios para paladares rápidos.



 Recuento   

Faltaba uno. No había duda. Tras repetidos recuentos, las cuentas no salían. Sin embargo, no quedaba recoveco ni escondrijo donde guarecerse sin revisar. Entonces cayó en un detalle. Se le había olvidado contarse a sí mismo.

Perder las formas

Ramiro había perdido las formas, y con ellas prácticamente a todos sus amigos y a la que suponía su novia. Había ido demasiado lejos…

Aquel día, apareció limpio, impoluto, perfumado, con un traje que le sentaba como un guante, unos zapatos que del lustre deslumbraban. Esa misma mañana había ido a la peluquería y lucía un peinado perfecto, de catálogo, y un afeitado que pareciera que hubiera envuelto su rostro en seda. Y, para colmo, se había echado crema hidratante.

Cuando apareció, a sus amigos punks se les salieron los ojos de las órbitas. Les costó reconocerlo sin su uniforme revolucionario, sin cresta, sin tachuelas, sin imperdibles… Ramiro apestaba a limpio y eso les provocaba arcadas. No lo pudieron soportar, tuvieron que darle una paliza.

Mientras le pateaban no cesaron de llamarle fascista.


A mí me da la paz   

Le regaló un paraíso lleno de espinas,
una alfombra a sus pies de anfetaminas.
Alberto abrazado a Pilar, sin más
dijo desde el suelo “A mi me da la paz”.

Con su sonrisa desdentada, su mirada de niño,
en un rincón del metro encontró el cariño.
Ella en sus brazos como bajada de un crucifijo
piedad toxicómana que la tragedia hizo mito.

Brilla el papel en su boca mientras aspira
los dulces monstruos de sus pesadillas
Dos ángeles caídos en mitad de la Gran Vía
sin aureolas y el sonido de sus alas rotas de melodía.

Con tanto brillo en los ojos
y sin retorno.

El apátrida

El apátrida un día se sorprendió sintiendo la patria. Los colores de la bandera se habían tornado en algo más que trozos de tela, que trapos, como vulgarmente se refería a ella. Quizás algo así como una forma de entender el mundo, una cultura, una visión sentimental colectiva.

Se conmovió al reflejarse en la traición que suponía su pasado. Todo este tiempo anduvo tirando piedras contra su tejado. Ahora, con algunas tejas rotas, le urgía buscar soluciones, escuchar a quienes siempre negó sus oídos, por entenderlos como enemigos. Él, adalid de la libertad, había practicado consigo mismo una censura sectaria, sólo los interlocutores válidos a su “kit ideológico” merecían la pena ser escuchados.

Ahora, se descubría manipulado, engañado, estafado… en fin, gilipollas. Seguía fingiendo una fachada inalterable, pero detrás de los muros ya sólo quedaban escombros. Su ideología se había derrumbado, sólo quedaba un amasijo de atrezzo de cartón piedra al que se preparaba para meterle fuego.

La quiniela  

Hoy he aparecido en casa con una quiniela de fútbol. Desde hace años, mi padre me relata clasificaciones, nombres y jugadas del astro rey deportivo.
Es su tema favorito de conversación, es su tema de conversación. Yo no sé nada de fútbol, no me interesa, pero hoy he aparecido en casa con una quiniela de fútbol para poder hablar con mi padre, para poder hacer algo juntos.

Deposición  

Sintió como si algo profundo de sí mismo se fuera para siempre, arrastrado por una corriente, un torbellino furioso de líquido elemento. Se sintió como un Prometeo escatológico con una maldición fisiológica de por vida, que día a día le obligaba a perder parte de sí mismo.

O.N.G.

En formación, en hilera predicante, los jóvenes en plena calle exhibían consignas. Sus bocas eran apéndices por donde cagaban todo el discurso de su líder, para ellos el paradigma de la moralidad.

Con la sonrisa falsa de un comercial, repartían folletos y frases lapidarias a los viandantes. Buscaban adeptos voluntarios a la ‘causa’, en parte, para no pensar que eran los únicos imbéciles que trabajaban gratis en un negocio que día a día se iba haciendo más rentable. 

Bendecida 

Bendecida, la escultura sagrada se inauguró ante la multitud enardecida, fanatizada, presa de un júbilo infantil, lobotomizada a la idea del mito.

Tras las ovaciones, vítores y emocionados discursos, poco a poco el gentío fue marchando hasta que quedó sola. Y por fin, las palomas pudieron posarse sobre ella y la inauguraron con una gran mierda.

Cuidado con lo que sueñas

Había soñado durante muchos años con viajar por Sudamérica, únicamente acompañado por una mochila. Quería conocer la cultura, la comida, costumbres y formas de ver la vida de aquellos descendientes de los indígenas, de ancestrales tradiciones. Pasaron los años, pasó la juventud y aquel viaje nunca lo realizó.

Fue paradójico que, tiempo después, los efectos migratorios a gran escala le llevaran pedazos de toda aquella tierra hasta la puerta de su casa, aunque más que pedazos parecía Sudamérica entera, y pudo experimentar, por fin, ese viaje deseado. No le gustó… ni siquiera un poquito.

Leo

A ella se le ocurrió que no había mejor nombre para su gato, Leo, no como alusivo a un león, sino en honor al padre multidisciplinar de las artes y las ciencias, el gran Leonardo Da Vinci.

Con el tiempo parecía que el nombre hubiera ejercido un extraño y mágico influjo, una especie de sortilegio, pues, el minino, blanco y de angora, cada vez se asemejaba más al autorretratro de su homónimo y cada día le demostraba que era más sabio que la gran mayoría de los mortales humanos.


Libre   

Aquel día, sin saber por qué, se detuvo ante el espejo. Observó detenidamente sus primeras arrugas, como surcos secos trazados artesanalmente por el tiempo. Penetró en su misma mirada reflejada. Ya no era la de ayer. Distaba mucho de aquella preñada de ingenuidad, confianza, fe en un destino colectivo. Ahora, vacía de ideología, con algunos prejuicios adquiridos y un floreciente desencanto, sin embargo, se le devolvía por primera vez… libre.

 Otrora 

Otrora todo lo pasado lo creías mejor. Ahora te lo parece el justo momento en el que pensabas que todo lo pasado era mejor. Vivimos en un otrora cíclico de la nostalgia.


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