Bajo el título de ‘Serenidad’ se presenta el nuevo libro de
Iber Strasser. En él podrás encontrar una selección de doce relatos cortos
salpicados de ironía y humor ácido, una degustación con efectos secundarios
para paladares rápidos.
Faltaba uno. No había duda. Tras repetidos recuentos, las
cuentas no salían. Sin embargo, no quedaba recoveco ni escondrijo donde
guarecerse sin revisar. Entonces cayó en un detalle. Se le había olvidado
contarse a sí mismo.
Perder las formas
Ramiro había perdido las formas, y con ellas prácticamente a
todos sus amigos y a la que suponía su novia. Había ido demasiado lejos…
Aquel día, apareció limpio, impoluto, perfumado, con un
traje que le sentaba como un guante, unos zapatos que del lustre deslumbraban.
Esa misma mañana había ido a la peluquería y lucía un peinado perfecto, de
catálogo, y un afeitado que pareciera que hubiera envuelto su rostro en seda.
Y, para colmo, se había echado crema hidratante.
Cuando apareció, a sus amigos punks se les salieron los ojos
de las órbitas. Les costó reconocerlo sin su uniforme revolucionario, sin
cresta, sin tachuelas, sin imperdibles… Ramiro apestaba a limpio y eso les
provocaba arcadas. No lo pudieron soportar, tuvieron que darle una paliza.
Mientras le pateaban no cesaron de llamarle fascista.
A mí me da la paz
Le regaló un paraíso lleno de espinas,
una alfombra a sus pies de anfetaminas.
Alberto abrazado a Pilar, sin más
dijo desde el suelo “A mi me da la paz”.
Con su sonrisa desdentada, su mirada de niño,
en un rincón del metro encontró el cariño.
Ella en sus brazos como bajada de un crucifijo
piedad toxicómana que la tragedia hizo mito.
Brilla el papel en su boca mientras aspira
los dulces monstruos de sus pesadillas
Dos ángeles caídos en mitad de la Gran Vía
sin aureolas y el sonido de sus alas rotas de melodía.
Con tanto brillo en los ojos
y sin retorno.
El apátrida
El apátrida un día se sorprendió sintiendo la patria. Los
colores de la bandera se habían tornado en algo más que trozos de tela, que
trapos, como vulgarmente se refería a ella. Quizás algo así como una forma de
entender el mundo, una cultura, una visión sentimental colectiva.
Se conmovió al reflejarse en la traición que suponía su
pasado. Todo este tiempo anduvo tirando piedras contra su tejado. Ahora, con
algunas tejas rotas, le urgía buscar soluciones, escuchar a quienes siempre
negó sus oídos, por entenderlos como enemigos. Él, adalid de la libertad, había
practicado consigo mismo una censura sectaria, sólo los interlocutores válidos
a su “kit ideológico” merecían la pena ser escuchados.
Ahora, se descubría manipulado, engañado, estafado… en fin,
gilipollas. Seguía fingiendo una fachada inalterable, pero detrás de los muros
ya sólo quedaban escombros. Su ideología se había derrumbado, sólo quedaba un
amasijo de atrezzo de cartón piedra al que se preparaba para meterle fuego.
La quiniela
Hoy he aparecido en casa con una quiniela de fútbol. Desde
hace años, mi padre me relata clasificaciones, nombres y jugadas del astro rey
deportivo.
Es su tema favorito de conversación, es su tema de
conversación. Yo no sé nada de fútbol, no me interesa, pero hoy he aparecido en
casa con una quiniela de fútbol para poder hablar con mi padre, para poder
hacer algo juntos.
Deposición
Sintió como si algo profundo de sí mismo se fuera para
siempre, arrastrado por una corriente, un torbellino furioso de líquido
elemento. Se sintió como un Prometeo escatológico con una maldición fisiológica
de por vida, que día a día le obligaba a perder parte de sí mismo.
O.N.G.
En formación, en hilera predicante, los jóvenes en plena
calle exhibían consignas. Sus bocas eran apéndices por donde cagaban todo el
discurso de su líder, para ellos el paradigma de la moralidad.
Con la sonrisa falsa de un comercial, repartían folletos y
frases lapidarias a los viandantes. Buscaban adeptos voluntarios a la ‘causa’,
en parte, para no pensar que eran los únicos imbéciles que trabajaban gratis en
un negocio que día a día se iba haciendo más rentable.
Bendecida
Bendecida, la escultura sagrada se inauguró ante la multitud
enardecida, fanatizada, presa de un júbilo infantil, lobotomizada a la idea del
mito.
Tras las ovaciones, vítores y emocionados discursos, poco a
poco el gentío fue marchando hasta que quedó sola. Y por fin, las palomas
pudieron posarse sobre ella y la inauguraron con una gran mierda.
Cuidado con lo que
sueñas
Había soñado durante muchos años con viajar por Sudamérica,
únicamente acompañado por una mochila. Quería conocer la cultura, la comida,
costumbres y formas de ver la vida de aquellos descendientes de los indígenas,
de ancestrales tradiciones. Pasaron los años, pasó la juventud y aquel viaje
nunca lo realizó.
Fue paradójico que, tiempo después, los efectos migratorios a
gran escala le llevaran pedazos de toda aquella tierra hasta la puerta de su
casa, aunque más que pedazos parecía Sudamérica entera, y pudo experimentar, por fin, ese viaje deseado. No le gustó… ni siquiera un poquito.
Leo
A ella se le ocurrió que no había mejor nombre para su gato,
Leo, no como alusivo a un león, sino en honor al padre multidisciplinar de las
artes y las ciencias, el gran Leonardo Da Vinci.
Con el tiempo parecía que el nombre hubiera ejercido un
extraño y mágico influjo, una especie de sortilegio, pues, el minino, blanco y
de angora, cada vez se asemejaba más al autorretratro de su homónimo y cada día
le demostraba que era más sabio que la gran mayoría de los mortales humanos.
Libre
Aquel día, sin saber por qué, se detuvo ante el espejo.
Observó detenidamente sus primeras arrugas, como surcos secos trazados
artesanalmente por el tiempo. Penetró en su misma mirada reflejada. Ya no era
la de ayer. Distaba mucho de aquella preñada de ingenuidad, confianza, fe en un
destino colectivo. Ahora, vacía de ideología, con algunos prejuicios adquiridos
y un floreciente desencanto, sin embargo, se le devolvía por primera vez…
libre.
Otrora
Otrora todo lo pasado lo creías mejor. Ahora te lo parece el
justo momento en el que pensabas que todo lo pasado era mejor. Vivimos en un
otrora cíclico de la nostalgia.
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