Odio los prólogos que parecen libros y que reducen a estos a una desubstanciada materia deshuesada y chupada anteriormente.
Detesto aún más a los autores que toman juez y parte del pensamiento de un ancestral escritor como si lo conocieran mejor que la madre que los parió, y por supuesto, que ellos mismos. Me aburren soberanamente, tanta entrega y esfuerzo para intentar que otro dijera lo que uno quiere, con lo sencillo que hubiera sido escribirlo por sí mismo.
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