Es un dolor sin sangre,
es algo mucho peor.
Es un dolor de espíritu,
una llaga profunda
que va de la piel
a la esencia más sagrada
del ser, de la identidad.
Y no se cura, ni remedio haya
porque no está en este mundo
curación posible para
un dolor que el mismo mundo genera.
Por eso, lo mejor es olvidar,
respirar y olvidar.
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